domingo, 16 de diciembre de 2012

Mi padre!

Perro canalla! Hoy tengo algo muy mio que contarte...

Mi padre es una persona increíble, creo que es el hombre que tiene más paciencia en el mundo, sosegado, sensato, callado cuando tiene que estarlo, duro cuando tiene que serlo, y bonachón y cariñoso cuando menos lo esperas. Mi relación con él pasó, indistintamente, de ser un completo fracaso a ser la relación más auténtica que he podido gozar en mi vida, mejor dicho, de la que gozo ahora, de la que disfruto y disfrutaré siempre. Es un excelente conversador, sabe mucho y al conversar con él siempre tengo que aprender algo, eso hace que la siguiente vez yo esté espectante, esperando el siguiente galopazo de sabiduría que recibiré de él, que haré mio, que compartiré hasta siempre sin reparo, y agradeceré toda la vida.

Tuve yo en mi vida tiempos raros, tiempos difíciles, eso de la adolescencia, que según yo adolecía muchas insatisfacciones (quiero creer que la palabra adolescente viene de la palabra adolecer, en todo caso, esa relación va muy acorde con lo que quiero expresarte) y llena de dudas y miles de preguntas que hasta ahora me persiguen. Y de un tiempo a otro, cansado de todo lo que vivía en mi casa y de todas las miles de veces que mis padres me corregían, decidí irme, dejarlo todo, e irme lejos, lejos de tantas palabras sin sentido, de tantas corregidas al pie de letra, de tantos consejos 'bien intensionados' para ellos, pero tan mal tomados por mí que me hostigaban, me ahogaban, me cortaban la respiración y el sentido propio, me negaban el derecho de manejar mi vida, derecho que yo anhelaba con una locura desesperada, y que lastimosamente hasta ahora me rehúye. Y lo hice, me fui, varias veces y el berrinche me duraba sólo tres horas, y como el gran cobarde, según yo arrepentido de todo, volvía a casa, sin vengüenza; es más, enojado, muy enojado con todo el mundo, como si de mí dependieran ellos, como si ellos no vivirían sin mí. Recuerdo que siempre que regresaba encontraba a papá enojado, sin hablarme, conversando a voz baja con mi mamá, reclamándole por mi actitud egoísta, sin dirigirme la palabra por más de una semana, como con la ley del hielo, pero llevada por un grande, por un adulto, ese hielo que quema sin dejarte más que dolor. Recuerdo la última vez que hice mi berrinche, me desaparecí aproximadamente dos horas, las que me pasé recorriendo las calles cercanas de mi casa, como esperando algo, como esperando alguna señal que me pida que regrese. De un momento a otro vi parado a mi papá delante mío, en su bicicleta, una montañera, esas que tanto le gustan; y mirándome fijamente no hizo nada más que preguntarme: ¿Cómo estás?'.

Pensando yo que su reacción era calmada para que no haga una escena en público, me percate que estabamos absolutamente solos, eran aproximadamente las 3 de la tarde de un domingo cualquiera, y absolutamente nadie pasaba por esa angosta calle a dos cuadras de casa. Su mirada era triste, pero más que por el hecho, creo que fue por mí, yo le causaba tristeza, incluso tal vez lástima, pero eso nunca me lo dijo. Esa pregunta y el consejo de que regrese a casa me hicieron decidir que nunca más volvería a hacer algo así, que nunca más los lastimaría tanto como para fingir huír y dejarlos a ellos dos, apartados de mi vida, lejos de mis brazos.

Creo que desde aquella vez las cosas fueron mejorando con mi viejo, la relación se afianzó y creció sobremanera hasta llegar a los excelentes amigos que sómos ahora. Es difícil describir una relación tan llena de tantas cosas, pero creo que en este caso puedo hacerlo en dos palabras, por mi parte una inmensa gratitud, y por su parte, creo, un inmenso amor. Eso fue lo que él se encargo de demostrarme desde aquella vez.

Una vez que tomé tu mano, ya nunca la volví a soltar.