lunes, 31 de octubre de 2016

¿Por qué ahora el amor dura tan poco?

A diferencia de épocas pasadas, actualmente las relaciones amorosas se caracterizan por una duración más bien abreviada. Impresión que un equipo multinacional de investigadores ha confirmado luego de estudiar por 15 años a 1761 matrimonios.

Este extensivo estudio evaluó la multitud de parámetros que determinan la existencia del amor entre dos personas, desde la pasión sexual hasta la “adaptación hedónica”, las razones por las cuales dos personas se unen en un compromiso que de inicio parece auténtico y duradero y, sin embargo, con el paso de los años, corre el riesgo de debilitarse y aun desaparecer.

¿La conclusión? El boost de la felicidad que usualmente se detona con el matrimonio, dura en promedio solo un par de años, después de lo cual cada miembro de la pareja vuelve a ser tan feliz como lo era antes de casarse (lo cual, bien mirado, tampoco es tan trágico ni tan funesto como parece).

El estudio también encontró que la excitación del periodo de luna de miel vuelve luego de entre 18 y 20 años, cuando los hijos comienzan a salir del hogar familiar: la libertad recuperada se convierte en un redescubrimiento del ser amado.

Pero lejos del engolosinamiento propio de estos temas, el fenómeno está determinado por un factor que los investigadores denominan “adaptación hedónica”, una suerte de racionalización de la novedad que también se aplica en otros ámbitos como el trabajo, las ropas recién adquiridas o el lugar desconocido adonde se llega a vivir.

La adaptación hedónica —escribe Sonja Lyubomirsky en la reseña del New York Times sobre el estudio— es más probable cuando experiencias positivas se encuentran involucradas. Es cruel pero cierto: estamos inclinados, fisiológica y psicológicamente, a tomar como un hecho dado las experiencias positivas. Nos movemos mucho hacia lo hermoso. Nos casamos con una pareja hermosa. Nos ganamos nuestro camino hacia la cima de nuestra profesión. ¡Qué emocionante! Por un tiempo. Después, como si estuvieran impulsadas por fuerzas autónomas, nuestras expectativas cambian, se multiplican o se expande y, conforme esto sucede, comenzamos a dar por sentadas las otrora nuevas, mejores circunstancias.

Asimismo, hay razones evolutivas y prácticas por las cuales el amor no puede mantenerse vehemente por tanto tiempo, pues la obsesión llegaría a niveles patológicos que nos impedirían realizar las otras tareas de nuestra cotidianeidad. Curiosamente, el estado del enamoramiento guarda una enorme semejanza, psicológicamente, con la adicción y el narcisismo, entre estas la circunstancia de que si no se detiene, termina por generar amplios daños.

Por otro lado, la diferencia entre la manera en que un hombre y una mujer conciben el sexo dentro de una relación, obedece a que la idea de sexo apasionado en las mujeres depende mucho más que en los hombre de la idea de novedad.

Tal vez los resultados y las conclusiones causarán polémica, lo mismo bajo el argumento de la imposibilidad de generalizar en temas de este tipo que la dificultad para medir lo relacionado con las emociones, pero al menos vale la pena conocer el estudio para reflexionar sobre nuestras propias relaciones (o falta de ellas).

pijama SURF


PD1.: Un lugar seguro en el infierno y una temporada en tu corazón.
PD2.: Todo en las rocas.
PD3.: Verter en su corazón el mío.
PD4.: Nadie sale ileso de un beso lleno de pasión.
PD5.: El amor debería venir envasado en botellas de vino.
PD6.: Cuando se elige a alguien, se renuncia al resto.
PD7.: Tan poquito tiempo que perder y nosotros perdiéndolo por separado.

domingo, 30 de octubre de 2016

Jamás!

Comprobado.

PD1.: La nostalgia hoy no tiene cabida...
PD2.: Una mujer es lo máximo que le puede pasar a un hombre.
PD3.: ¿Para qué era que queríamos ser grandes?
PD4.: Tu novio, el que pregunta por mí.
PD5.: Cuando trataron de callarme, grité.
PD6.: Uno es verdaderamente libre cuando deja de sentir vergüenza de sí mismo.
PD7.: Aquí todo cambia. La cosa va rápido, muy rápido, y uno olvida.

sábado, 29 de octubre de 2016

Mujeres

Me alegraba de no estar enamorado,
de no ser feliz con el mundo.
Me gustaba estar en desacuerdo con todo.
La gente enamorada a menudo
se ponía cortante, peligrosa. 
Perdían su sentido de la perspectiva.
Perdían su sentido del humor.
Se ponían nerviosos, psicóticos,
aburridos, incluso se convertían en asesinos…

Bukowski / Mujeres (fragmento)


PD1.: Me gusta mucho la más aguda crítica de un solo hombre inteligente a la aprobación irreflexiva de las masas.
PD2.: La música no está en la forma de vestir, sino en la de pensar.
PD3.:Tus caderas piensan mejor conmigo.
PD4.: No soy un tipo antisocial, prefiero considerarme una persona selectiva.
PD5.: Ven. Que nos arrulle la lluvia.
PD6.: No nos olvidamos, sólo olvidamos como amarnos.
PD7.: Devolverte los besos que me dejaste en la boca.

viernes, 28 de octubre de 2016

Amigas

Inminente...
Imagen: Y viste como es.


PD1.: Si un Dios creó este mundo, no me gustaría ser ese dios: las miserias del mundo me partirían el alma.
PD2.: Me gusta la gente que llega por casualidad a tu vida... Esa que no andas esperando.
PD3.: La caída libre de pensar en tu piel y que me siga erizando los deseos.
PD4.: Exhibir demasiado las virtudes es un defecto.
PD5.: Hay muchas cosas sagradas a las que les tengo respeto, las reglas no están entre ellas.
PD6.: La sociedad no es una enfermedad, sino un desastre. Es un milagro estúpido que consigamos vivir en ella.
PD7.: Estás donde necesitas estar.

jueves, 27 de octubre de 2016

Hay una gran diferencia entre ser culto y ser inteligente

“Ser culto” y “ser inteligente” se consideran estados distintos del intelecto. Uno se refiere a la “cultura” que posee una persona y el otro tiene connotaciones un tanto más científicas, como una característica casi fisiológica que puede medirse y cuantificarse.

Así, alguien es culto por los libros que ha leído y recuerda, por la calidad de su vocabulario, por las películas que ha visto e incluso por los viajes que ha realizado. Culto es aquel que se ha cultivado, como un campo, para obtener para sí los mejores frutos de la civilización. Desde una perspectiva en la que se combinan los proyectos más ambiciosos de Occidente —de los valores de la antigüedad clásica al humanismo del Renacimiento, el cristianismo y la Ilustración—, una persona culta también es compasiva, empática, solidaria, amable y quizá hasta sabia. En pocas palabras, hay toda una corriente de pensamiento que ha defendido que el ser humano se vuelve tal sólo gracias a la cultura.

La inteligencia, por otro lado, se ha pensado y estudiado sobre todo como una cualidad inherente al hombre como especie. Nuestra inteligencia es resultado de la evolución y, por lo mismo, todos los individuos la tienen. Desde un punto de vista científico, la inteligencia explica que seamos capaces de leer o ver una película, pero también sumar o restar cantidades, y que podamos manejar un automóvil o atrapar una pelota.

Curiosamente, por razones que no son del todo claras pero quizá se expliquen por el clasismo de ciertas sociedades, en ciertas circunstancias la cultura y la inteligencia pueden aparecer enfrentadas. Dado que la cultura se convirtió en un bien asociado a las clases privilegiadas —la nobleza o la burguesía, por ejemplo—, también se ha utilizado como una suerte de discriminador, una forma de distinguir entre una persona que tuvo acceso a dicha cultura —a ciertos libros, ciertas escuelas, ciertos viajes— y otra que no. Cuando la cultura se usa de esa manera, es previsible que se convierta en una categoría deleznable.

De ahí que surja entonces el “ser inteligente” como una especie de defensa: quizá no todos seamos cultos, pero indudablemente todos somos inteligentes. Para algunos no tener cultura se compensa con el hecho de, por ejemplo, poder resolver problemas con facilidad, o vivir con sencillez, sin crearse esos laberintos absurdos en los que a veces se mete la gente culta.

Sólo que ninguna categoría es mejor que otra. Desafortunadamente, es cierto que tanto la cultura como la inteligencia están relacionadas con la desigualdad inevitable del sistema de producción hegemónico. La desnutrición, por ejemplo, tiene efectos sobre el desarrollo cognitivo de un niño, y sabemos bien que hay sociedades más desnutridas que otras. Igualmente la cultura, a pesar de todos sus sueños humanistas, se ha convertido en un producto de consumo, lo cual provoca que surja y se destine a personas que puedan adquirirla.

Quizá por eso hay un punto en el que ser inteligente parezca más atractivo que ser culto. ¿Para qué cultivarse, si la cultura también sirve para humillar y diferenciar? ¿Para qué cultivarse si, con eso, también se alimenta esa maquinaria despiadada de producción-consumo-deshecho? Conflictos en donde la cultura está involucrada y, por eso mismo, no parece probable que sea un camino para solucionarlos.

¿Y la inteligencia? Quizá ahí se encuentren otras posibilidades. A pesar del dicho de Proust —“Cada día atribuyo menos valor a la inteligencia”—, quizá la inteligencia sea ese salvoconducto que nos lleve fuera de las posturas falsas y los simulacros de la cultura contemporánea.

A propósito de este asunto, hace unos días Nicholas Lezard publicó en The Guardian un artículo en que habla de la diferencia entre la inteligencia y la intelectualidad a partir de Esperando a Godot, la célebre pieza de Samuel Beckett. Como sabemos, Esperando a Godot se considera uno de los mejores usos del absurdo dentro de la literatura, una obra revolucionaria tanto estética como culturalmente, pues retrató con frialdad el extremo del nihilismo al que había llegado la civilización europea del siglo XX.

Lezard recuerda la atracción que de inmediato sintió por Esperando a Godot, un ambiente que a pesar de su parquedad —o quizá debido a esta— de inmediato lo hizo sentir bien recibido, acaso no totalmente cómodo pero sí en un territorio inesperadamente familiar. “Desde la primera página estaba hipnotizado, sorprendido”, escribe Lezard, a quien la extrañeza de los diálogos beckettianos, simples y no tan simples al mismo tiempo, lo condujo a un territorio que imprevisiblemente no era del todo desconocido.

En breve, estaba enganchado. Ahí tenía a un autor que era irreverente, escatólógico y sin embargo profundo; alguien completamente desinteresado en las convenciones de la literatura y sin embargo capaz, justo por medio del lenguaje, de mantener nuestra atención a pesar de que nada esté sucediendo. […] Y conforme descubrí detalles de su vida, primero por la biografía semi-autorizada de Deirdre Bair, me di cuenta de que no sólo su trabajo era ejemplar, sino también su vida. Ahí estaba alguien que se había purgado a sí mismo de vanidad, tanto la suya como la del mundo; un hombre de una integridad intachable, tanto en su obra como en su vida.

Con estos antecedentes, Lezard acepta que Beckett sea considerado un autor “intelectual”; “pero sospecho que es porque muchas personas no conocen la diferencia entre ser inteligente y ser intelectual”. ¿Y cuál es esa diferencia? Dice Lezard:

Más tarde descubrí que Beckett era, de hecho, furiosamente intelectual, pero que había dejado atrás la academia, aborrecido la oscuridad de la jerga y ciertamente no era el tipo de intelectual de posición a quien las televisoras piden su opinión.

Un guiño de inteligencia por parte de Beckett, parece decirnos Lizard. El gesto de tributar la cultura a la autenticidad para aceptar así que, a lo sumo, podremos responder dos o tres preguntas en la vida, poco más o poco menos, y será suficiente, y será más auténtico que todas esas preguntas que dicen responder las personas cultas y los intelectuales.

pijama SURF

PD1.: Leer no es matar el tiempo, sino fecundarlo.
PD2.: Tristeza: ese estado que te enseña a amar cada sonrisa.
PD3.: Hay gente a la que decirle idiota no es un insulto sino un diagnóstico.
PD4.: Creo que la razón más probable de su mal humor es que el corazón que tenía era dos tallas menor.
PD5.: La melancolía es la felicidad de estar triste.
PD6.: ¿Habría mente sin búsqueda?
PD7.: Y cuando llovía me entraba el agua hasta el alma.