Lo interesante de hacerte nuevas preguntas es reconocer que hay respuestas actuales que necesitan cambiar de dirección.
Preguntar también sirve para eso: para movernos de lugar.
La pregunta auténtica no busca confirmar lo sabido, sino fracturarlo.
Cada vez que preguntamos, la realidad se reorganiza un poco: lo estable se vuelve incierto, lo evidente se vuelve relativo, lo cerrado se abre.
Las respuestas, cuando envejecen, se vuelven dogmas.
Las preguntas, en cambio, son el músculo del pensamiento: lo mantienen vivo, flexible, incómodo.
Quizás pensar no sea tanto acumular certezas como aprender a dudar con precisión.
Y en ese gesto —sutil pero radical— empieza toda forma de libertad.
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