Que aparezca un artículo del Financial Times que advierte del declive de la lectura en ambientes académicos no es noticia para los observadores atentos: es síntoma. Síntoma de algo más profundo: del debilitamiento del acto de pensar, de la erosión de la atención, de la emergencia de un mundo donde el tiempo dedicado al pensamiento libre se reduce a fragmentos fugaces.
Leer no es solo decodificar letras y absorber datos. Leer es conversación rebelde; es abrir una grieta en el presente. Cuando desaparece la lectura densa, muere esa posibilidad de interrogar lo ya dado, de sostener el silencio interno, de resistir la superficialidad.
La advertencia académica no habla solo de escuelas ni de generaciones jóvenes: habla de nosotros mismos, de nuestra época. Si leer se convierte en práctica residual, perdemos algo esencial: la condición de sujeto pensante.
Porque el riesgo no es que no podamos consumir libros, sino que dejemos de darles lugar en nuestra vida. De que leer pase a ser un objeto nostálgico —“yo leía antes”—, en vez de una herramienta viva.
La lectura fuerte —esa que exige atención, esfuerzo, desaceleración— se confronta hoy con múltiples enemigas: la distracción constante, el scroll sin fin, el valor que asignamos a lo inmediato, lo urgente y lo superficial. Nos han vendido que leer mucho es para pocos; que leer lento es viejo; que leer sin retorno inmediato es inútil.
Pero como dijiste alguna vez, el pensamiento existe en esa distancia entre lo que leemos y lo que nos obliga a cambiar. Y si esa distancia se estrecha demasiado —si todo se vuelve lectura rápida, fragmentaria, sin descanso—, lo que muere no es solo el hábito de leer, sino el espacio donde emerge el pensamiento profundo.
Este declive no es casual ni inocente. Responde a una lógica de mercado, de eficiencia, de consumo rápido, donde todo debe devolver algo inmediatamente: likes, datos, rendimiento. Leer es “inutilidad” en ese medidor funcional. Pero ahí está su fuerza: su capacidad de ser tiempo improductivo que subvierte el mundo productivo.
Leer cuando casi nadie lee es un acto de resistencia. Es conservar la posibilidad de estar ausente del ruido, de trazar líneas que no son evidentes, de dialogar con voces muertas, de proyectar pensamientos que aún no tienen cabida. Es crear una isla interior donde el mundo no dicte cada sentido.
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