sábado, 26 de julio de 2014

Hombres en crisis

A los treinta un hombre tiene que ya haber modelado un estilo funcional de sobrevivencia; definido una vocación utilitaria; y dejado atrás ciertos lastres que en el pasado constituían un freno, lastres que hasta los veinte quizá resultaban ser manías más o menos divertidas pero que después corren el riesgo de convertirse en defectos inmanentes, taras que le impiden a uno ser un sujeto confiable. A los treinta un hombre tiene que comenzar a administrar su tiempo con sabiduría; resolver situaciones desventajosas aplicando pragmatismo puro; y tomar decisiones en función de cierta idea más o menos consentida de provecho o bienestar.

Crecí escuchando ideas cuadriculadas como estas, o más concluyentes incluso. Ideas que me fueron implantadas como planchas de silicona. Ideas que asumí como una relativa promesa de superación, pero sin estar seguro de si encajaría en el perfil llegado el momento. ¿Lograría ser alguna vez un adulto responsable, racional? ¿Podría sentar cabeza, pisar tierra, dejar de ser volátil, sentimental?

Cuando cumplí los famosos treinta sentí pánico al ver la comodidad con que varios de mis amigos —demasiados tal vez— seguían el esquema programado. Era como si entre ellos y yo de pronto se levantara una barricada que deshacía nuestra tácita alianza generacional y ponía en evidencia que en adelante creceríamos a ritmos dispares. Por aquellos días mi único convencimiento era que los treinta eran los nuevos quince. No era que buscara perpetuar una rutina sin compromisos —aunque algo de eso había, sospecho— sino que me resistía a ignorar mis impulsos, algunos quizá autodestructivos pero endiabladamente genuinos. Lo que siguió a continuación por un buen tiempo —un tiempo que a veces me pregunto si ya concluyó— fueron las dudas, el desaliento, la ambigüedad, la dispersión creativa, la indeleble sensación de que todo desembocaba sí o sí en el fracaso.

Esa crisis masculina de los treinta existe. Existe y ha sido excelentemente retratada en el segundo libro de Francisco Ángeles (Lima, 1977), Austin, Texas, 1979, cuya tesis central se monta sobre una pregunta a boca de jarro: ¿se puede destruir una vida e intentar comenzar otra? En la novela, Pablo, el protagonista, se encuentra descaminado. Separado de Emilia, su ex esposa, halla repentino refugio al lado de una extraña. Esa vulnerabilidad lo lleva a recuperar la comunicación con su padre, quien una tarde, agobiado por no se sabe bien qué urgencias, le confiesa un episodio del pasado, de cuando él tenía treinta, un episodio con el que Pablo inesperadamente sintoniza.

Austin, Texas 1979 examina esas relaciones endebles en las que uno a veces deposita demasiada fe; relaciones que se agotan, no por falta de afecto, sino porque la vida también tiene una dimensión de la fatalidad que no se contempla; un plano gris en el que las cosas, por muy impecablemente planeadas que estén, simplemente no funcionan, o se desploman a partir de sucesos que no nos es dado controlar. “No entendía cómo podía abrirse una grieta tan fácilmente en una vida consolidada, en una vida que me había costado tanto enrumbar” (Pág. 113), dice el padre de Pablo, mientras comen hamburguesas. Una reflexión que a mi parecer sintetiza la advertencia que encierra esta novela: todas las vidas, todas, siempre están a punto de estropearse.

Renato Cisneros.
Que sabe nadie - Columna de La República.
Domingo, 01 de junio del 2014.

Siguiendo a Renato desde el 2008, en todas sus aventuras.

PD1.: Serás mi primera opción el día en que la segunda sea volver.
PD2.: Ya me estoy adaptando a tu olvido.
PD3.: Seguramente te preguntarás si te extraño. Sí, te extraño.
PD4.: Cúrame la depresión con besos. No, mejor con sexo.
PD5.: Es que, ella...
PD6.: Se buscan. Se reconocen. Se aman. Se besan. Son cicuta. Se mueren.
PD7.: Y me hablaste, yo que ya había perdido las esperanzas.
PD8.: Pregunto por ti y me responde el corazón.
PD9.: Eres increíblemente bonita. Y esto no lo digo hace mucho a alguien. Debes ser especial.
PD10.: Destrúyeme, pero no te vayas.
PD11.: Nos derriba a veces la distancia.
PD12.: Te guardo ganas, no rencor.
PD13.: A veces te quiero hasta con la ausencia.
PD14.: Escribo para que algún día aprenda a perder...
PD15.: Siempre me sospeché que acabarías acostándote con él.

No hay comentarios: