sábado, 16 de mayo de 2020

Siempre le gustó lo superficial.

Siempre le gustó lo superficial, lo aparente, lo de mentira; por eso, cuando encontró a quien parecía tener (pero no tenía), se enamoró, tonta pero perdidamente.
Años antes se había cruzado con quien, de verdad, tenía, pero no se dio cuenta y hasta ahora no se da.
Se fue, para siempre.

Me gusta la gente singular. Odio la vulgaridad, en todos los sentidos. Me gustan las personas que se ríen de sí mismas, las personas que viven todo lo que les pasa con honestidad. Me gusta la voz de quién sabes siempre te dice la verdad. Me gustan quienes aún no pierden su capacidad de sorpresa y a los que les gusta sorprender. También me gusta el plástico, pero para algunas carteras, correas y slaps, porque esas están obligadas por su fin y uso a ser superficiales. El corazón, por su condición y ubicación, está obligado a ser real, fuerte, profundo y consecuente con las demás partes del cuerpo y, utilizando una manoseada metáfora –pero me importa un pepino-, de nuestro interior.[...]

¿dónde coño están, entonces, las chicas disponibles, las permitidas, con las que se puede ensayar un intercambio sin meter la pata, con las que no perjudicas a tu entorno, ni afectas tus rutinas, ni ofendes a terceros?

No me considero un tipo malo, pero estoy lejos de ser buenito. No estoy a favor del rollo aquel que promueve la felicidad entre todos los seres humanos. No aliento el amor infinito entre los habitantes del planeta.
Me parece fantástico que pueda catalogar a ciertas personas como imbéciles, y que a su vez, otras personas -o las mismas- me califiquen de igual forma. Me encanta tener enemigos que me odien y desprecien.
No soy de los que consideran que todos deben olvidar sus rencillas o desencuentros, para finalmente, hermanados en un abrazo inacabable, perdonar los agravios lanzados en el ayer.

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