jueves, 31 de enero de 2008

La paz perpetua

Urgencia y Tranquilidad se oponen férreamente. La paz perpetua, paradigma de la tranquilidad, sólo es posible en un mundo inhumanamente lujoso.

Hay quien cree, sin embargo, que esto no es así. Todo está al alcance de la voluntad. Dicen. Hasta las metas más complicadas, como la eliminación de la ansiedad. Estos voluntaristas guardan ejemplos bajo la manga. Los monjes budistas. Se afirma que su capacidad es sobrehumana. Se les ha visto meditar en el centro de lo que, al humano normal, le resulta un caos. Guerras, incendios, crisis, desempleo, cambio climático y devaluación del dólar, son algunos de sus escenarios preferidos.

Yo dudo. Dudo mucho. Creo férreamente que la paz perpetua es inalcanzable. Inhumanamente lejana. Hay cosas más complicadas que las guerras, ansiedades más intramusculares que las crisis y el caos, que ninguna meditación, y ningún monje, podría librar. Pienso, por ejemplo, en las urgencias. Las verdaderas urgencias. Como la urgencia de cagar o la urgencia de mear.

Démosle al monje arroz con frijoles y un poco de mole. Démosle una ubicación distante. El sanitario disponible más cercano está a cuarenta minutos de camino. Lleva ya dos horas resistiendo su urgencia. Sabe, tiene la certeza, mucho más que una sospecha, que si vuelve a liberar gas habrá algo más. No trae consigo papel de baño, carga tan sólo sus simples ropas de manta. El camino es de ciudad. No hay árbol donde esconderse. Una urgencia de este calibre es insoportable. Capaz de doblar al monje más sensato.

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