jueves, 14 de febrero de 2008

De los límites

Debe haber un ángel que habita mis manos. Uno que al llegar la tarde busca entre las pocas sombras que se avecinan, el rastro de la estrella y se atreve a traer su destello iluso. Debe haber entre mis locos extravíos de verbos, añoranzas y adjetivos, una fuerza que me impele a volar al ritmo que me marca mi intuición. Allí tomando por su forma incomprendida cada sensación, cada grito, cada emoción, se da el milagro extenso o corto, feroz o dulce, de la puesta en escena de mi yo, en algún escrito que puede ser poema o no.

No es una fuente exacta de la bella conjunción entre el decir de pronto una frase, una estrofa tal vez, y el hilo delgado de una historia que ni siquiera yo sé que existe, para combinar con los renglones, los truenos del fondo de la noche, los sonidos de un silencio que presagia, y el retumbar melodioso de mi corazón, las notas con que voy cantando sin saberlo una oración presta a vivir, un abrazo secundario a un amigo recién llegado o a una expresión amiga que tiene qué arribar, como ella en su fuero sin igual. Y tras todo ello, aflora esa posibilidad, sin límites de escribir, de decir.

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