domingo, 4 de mayo de 2025

3. El colaboracionismo temprano

28. En marzo de 1882, mientras las fuerzas del general Cáceres estaban refugiadas en Ayacucho recuperándose de los desastres sufridos durante los me ses anteriores, Luis Milón Duarte, quien ejercía el cargo de Alcalde de Concepción —la tercera ciudad en importancia del valle del Mantaro— pidió la autorización a su Concejo Municipal para entenderse con las fuerzas de ocupación. Obtenido este permiso, se dirigió a Huancayo y solicitó una entrevista con el coronel Estanislao del Canto, comandante en jefe de las fuerzas chilenas acantonadas en la sierra central. A este jefe le propuso, en nombre del municipio de Concepción, suscribir un acuerdo de paz, como iniciativa particular de la ciudad que representaba. Esta propuesta tomó de sorpresa a Del Canto, quien arguyó que no tenía atribuciones suficientes para discutir ofertas unilaterales de paz y le sugirió dirigirse al Estado Mayor chileno.

29. Duarte viajó entonces a Lima, donde se entrevistó con el contralmirante Patricio Lynch, jefe supremo de las fuerzas chilenas de ocupación instaladas en el Perú. En la entrevista que entonces sostuvieron, Duarte y Lynch decidieron que la municipalidad de Concepción, actuando por propia iniciativa y sin consultar al gobierno constituido, proclamaría la paz. En reciprocidad las fuerzas chilenas harían algunas concesiones a Concepción y los demás pueblos que siguieran su ejemplo. Estas consistirían en el retiro de "la guarnición de toda provincia que decida la paz, dando, en seguida, salvoconducto a sus habitantes para que sean respetados en otros lugares ocupados. Sus consecuencias serían: el sosiego y garantías que hoy no tienen. Vistas estas ventajas por los demás pueblos se generalizarían las adhesiones" 
[12].

30. Esta tentativa de concertar la paz unilateralmente, con el objetivo final de provocar un movimiento general de las municipalidades del país que obligara al gobierno peruano a negociar la paz —y con ella el final de la resistencia—, fracasó. Las fuerzas chilenas cumplieron su compromiso de retirarse de Concepción para que la Municipalidad deliberara y firmara el acta de paz, pero en esta corporación se rompió el consenso. Según narra Duarte en sus Memorias, los notables de Concepción temían ser los primeros en proclamar la paz 
[13]. No los detenía únicamente el miedo a que su iniciativa no fuera secundada por otras municipalidades, lo que los colocaría en una situación difícil con relación al gobierno constituido. Aun mayor era el temor que tenían frente a la reacción que tendrían los indios-campesinos ante la suscripción de una paz unilateral.

31. Es claro que la opinión de los indígenas no contaba políticamente para nada en tiempos de paz y de estabilidad relativa, pero la guerra había cambiado radicalmente la situación. Los indios de la sierra central estaban armados y organizados en guerrillas, surgidas del seno de las comunidades. Este hecho originaba temor en la clase dominante regional, puesto que no podía dejar de considerar la previsible reacción de los indígenas frente a su deserción.

32. Existe una polémica abierta en torno a los orígenes del colaboracionismo de la fracción terrateniente de la sierra central durante la guerra con Chile [14]. En un texto dedicado al análisis de la lucha de clases en la sociedad peruana durante la guerra con Chile, Henri Favre planteó la tesis de que el colaboracionismo terrateniente fue provocado por el temor de los terratenientes a la movilización de los indígenas en armas [15]. La guerra habría producido una crisis política que rompió el encuadramiento tradicional de los indígenas en las estructuras de dominación vigentes. Las guerrillas, inicialmente movilizadas por los mistis [16] contra los invasores, progresivamente se habrían ido autonomizando de este comando para finalmente, bajo una dirección netamente indígena, orientarse decididamente a una acción reivindicativa que tendría como blanco no ya a las fuerzas chilenas de ocupación sino a "toda la raza blanca" (chilena y peruana). "La consecuencia —concluye Favre— es que toda la población no india, amenazada en su vida y en sus bienes cae en la colaboración con los chilenos, pues sólo este ejército es capaz de salvarla del exterminio" [17]. En síntesis, para Favre, lo que habría obligado a la élite blanca a colaborar con el ejército chileno habría sido la amenaza que representaba la movilización de los indígenas contra la vida y las propiedades de la élite blanca.

33. Hemos cuestionado esta interpretación de los hechos. Un análisis de la secuencia de los acontecimientos demuestra que la colaboración de los terratenientes blancos con los chilenos fue anterior a la generalizada movilización indígena anti-terrateniente. Esta no podría ser, por tanto, la causa de aquella [18]. Nuevas evidencias que hemos podido revisar, luego de redactado el estudio que dedicamos al tema, demuestran que la movilización indígena no sólo no fue la causa del colaboracionismo terrateniente sino que, por el contrario, actuó sobre él como un freno, impidiendo su generalización durante cerca de dos años. Sólo cuando la amenaza que representaba la movilización guerrillera indígena dejó de atemorizar a los terratenientes, éstos, como bloque social, liberados del temor a las represalias, asumieron actitudes abiertamente colaboracionistas [19].

34. En abril de 1882, mientras Luis Milón Duarte realizaba las gestiones para conseguir que la municipalidad de Concepción firmara unilateralmente un acta proclamando la paz con Chile, la sierra central vivía una profunda convulsión social. Desde el año anterior se habían venido organizando guerrillas en las comunidades para resistir a los invasores. Cuando el general Cáceres se vio obligado a replegarse con el Ejército del Centro hacia Ayacucho, las comunidades del valle del Mantaro prosiguieron preparándose y en abril del 82 desataron una vasta insurrección contra los ocupantes. Este levantamiento fue aplastado por el ejército chileno a sangre y fuego pero, pese a la derrota, la resistencia prosiguió. Las guerrillas indígenas secundaron luego eficazmente la campaña emprendida en julio por el Ejército del Centro que culminara con los triunfos de Pucará, Marcavalle y Concepción y la expulsión de los invasores que debieron huir precipitadamente a Lima.

35. En este contexto histórico, la movilización indígena no tuvo como objetivo (como piensan Favre y Bonilla) "a toda la raza blanca", sino a un sector preciso del bloque de los blancos-terratenientes: aquel que abogaba por el entendimiento con el enemigo. Cuando Luis Milón Duarte quizo convencer a los notables de Concepción para que firmaran la paz unilateralmente, el bando decidido a continuar la guerra "aterrorizó a los timoratos de esa ciudad con los castigos que perpetraría la montonera a las personas, bienes y familia de los que estuviesen por la paz" [20].

36. La movilización guerrillera indígena actuó pues sobre el colaboracionismo terrateniente de manera exactamente contraria a lo que piensan Favre y Bonilla. Lejos de propiciarlo, lo contuvo, por lo menos mientras la correlación de fuerzas dentro del bloque dominante no apareció abiertamente favorable a los partidarios de la paz.

37. La Exposición... de Duarte, que venimos citando, demuestra la estrecha vinculación existente entre la aparición del colaboracionismo terrateniente y las movilizaciones indígenas de represalia. Las guerrillas campesinas no pro cedían contra todos los hacendados sino contra aquellos cuyo colaboracionismo creían necesario castigar. Tal cosa le sucedió al propio Duarte en junio del 82, cuando fue detenido por los guerrilleros en su hacienda Ingahuasi.

"Me encontraba tranquilamente con dos compradores de ganado en la mañana del 12 de junio cuando se presentó la montonera de la que no quise huir porque no había causa. Al penetrar su jefe me intimó orden de prisión de parte de un pseudo Prefecto de Huanca-velica, cuando yo estaba en territorio de Junín 'y que mandaba se me capturase porque yo hacía propaganda de paz'. Se siguieron tropelías mil, hasta dos conatos de asesinato (...).

"Así me encontré entre los guerrilleros, sufriendo el martirio decretado por la suerte, por mi amor a la paz! (...) No debo quejarme de lo que sufrí en manos de la barbarie, cuando la misma Providencia, por medios ocultos, me mantenía ileso; a cada paso pedían mi cabeza, pero no me tocaron un cabello.

"Al fin arribamos al campamento de las fuerzas del General Cáceres, donde me pasaron al Cuartel de Artillería.

"(...) Los indios estaban al corriente que desde Miraflores y especialmente desde la tentativa de Concepción, era yo firme propagandista de la paz, como también sabían que por esa circunstancia, yo era opuesto a esos guerrilleros, tan ardientes después de nuestras catástrofes y tan fríos en la verdadera época de la lucha (los subrayados son del original) [21].

38. De la larga cita transcrita se desprenden varias evidencias importantes. En primer lugar, los guerrilleros que capturaron a Duarte no actuaban sin con trol: obedecían órdenes del Prefecto de Huancavelica. En segundo lugar, Duarte fue detenido no porque los indígenas quisieran aprovecharse de la emergencia bélica para conquistar sus reivindicaciones, o ejercer venganza, sino porque "hacía propaganda de paz", a favor del entendimiento con los invasores. Por la misma razón su hacienda fue saqueada: se castigaba su deserción, no su condición de blanco-terrateniente. En tercer lugar, los guerrilleros no intentaron hacerse justicia por mano propia. Pese a las afirmaciones contradictorias de Duarte (que se vio "torturado y sentenciado varias veces", pero, sin embargo, "no (le) tocaron un cabello"), el hecho es que teniéndolo en su poder, los guerrilleros no procedieron contra él sino lo entregaron a Cáceres, para que él decidiera su destino. El caudillo de la resistencia decidió liberarlo, decisión que luego lamentaría, puesto que apenas dos meses después Duarte se embarcó a conspirar con el partido de Miguel de Iglesias, quien había desconocido al gobierno al que Cáceres reconocía, proclamando que estaba dispuesto a sus cribir un tratado de paz en las condiciones que exigía el alto mando chileno. Las posiciones de Favre y Bonilla son pues desmentidas por las evidencias empíricas.

39. La ocupación de la sierra central por 3,200 soldados chilenos en febrero de 1882 agudizó la crisis hasta límites intolerables. A las calamidades que ya había ocasionado la guerra, y a las generadas por dos años de sequía continua, se sumó la obligación de contribuir con leña, víveres y forrajes, exigidos por las fuerzas de ocupación. Aunque, siguiendo las instrucciones de su alto mando, inicialmente los ocupantes intentaron golpear solamente a los terratenientes que habían tomado las armas contra Chile, la necesidad de acopiar re cursos para mantener un contingente tan grande llevó a que se afectara igual mente a los indígenas. El coronel Estanislao del Canto, jefe de las fuerzas de ocupación acantonadas en la sierra central, tenía clara conciencia del riesgo potencial que entrañaba la emergencia campesina. Trató por eso de neutralizar a los campesinos-indígenas, fuertemente golpeados por los cupos impuestos por los invasores, promoviendo un enfrentamiento contra los blancosterra tenientes de la región. En una maquiavélica carta enviada a los jefes guerrilleros de la margen derecha del Mantaro en vísperas de la insurrección de abril afirmaba lo siguiente: "Las fuerzas chilenas no han venido a hacer la guerra ni a hostilizar a los pobres, y su venida sólo ha tenido por objeto hacer que los ricos pidan la paz, que es tan necesaria para que los pobres puedan trabajar libremente (...). Lo que se desea es que los ricos den lo que les corresponde, de consiguiente, se pide al Jefe de las Comunidades que están reunidas en la otra banda, que mande comisionados a las haciendas a traer reses, para devolver las que se hayan tomado de los pobres y puedan quedar algunas para el sostén de las fuerzas chilenas" [22]. Esta propuesta fue rechazada de plano y tres días después se inició un vasto levantamiento antichileno. Los indígenas-campesinos subordinaron pues las contradicciones étnicas y clasistas que los enfrentaban con los blancos-terratenientes a una contradicción mayor: aquella que los en frentaba contra "el enemigo común": el ejército chileno de ocupación; los extranjeros. Esta opción se mantuvo pues incluso cuando el comando chileno in tentó abiertamente promover el enfrentamiento étnico entre los peruanos. Las opiniones de Heraclio Bonilla sobre el punto carecen de sustento.

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