62. Resumiendo las observaciones que hasta aquí hemos hecho, se puede afirmar que la clase dominante de la sierra central, contrariamente a lo que acontecía con los gamonales de la sierra sur, tenía, en lo clasista, relaciones socioeconómicas menos verticales con los indios campesinos de su región, debido a la ausencia de haciendas feudalizantes y de relaciones de servidumbre extendidas en la región. Pero paradójicamente su distancia étnico-cultural con la población indígena era mayor que aquella que separaba a blancos e indios en la sierra sur. En la sierra central no sólo no existía una comunidad cultural entre ambos grupos, sino que la sociedad blanca tenía una actitud de profundo desconocimiento, subestimación y menosprecio frente a la cultura indígena. Mientras en las haciendas feudalizantes del sur no era extraño que el propio gamonal fuera padrino de las festividades religiosas indígenas, la clase dominante en la sierra central estaba abocada a la tarea imposible de liquidar estas festividades [44].
63. Esta constatación permite enfocar las relaciones entre el general Andrés Avelino Cáceres y sus huestes indígenas desde un nuevo ángulo: Cáceres procedía de una familia terrateniente de Huamanga, una zona fuertemente feudalizada. Conocía muy cercanamente el mundo cultural de sus hombres; en tendía su idiosincrasia, hablaba su idioma, se identificaba en gran medida con su mundo cultural y su relación paternal con ellos lo transformó en el idolatrado tayta (padre) por quien estaban dispuestos a entregar la vida, como lo hicieron las veces que ello fue necesario.
64. Como vimos, en la sierra central la barrera étnica que separaba a blancos e indios no cedió siquiera cuando la región fue ocupada por el ejército chileno. Las comunidades cuyas festividades reprimía la Municipalidad de Huancayo son las mismas que en ese preciso momento combatían encarnizadamente con los ocupantes y que constituían la columna vertebral de la resistencia antichi lena. Justamente cuando la clase dominante huancaína debiera haber tratado de ganar a su favor a la población indígena para combatir contra el enemigo común, se expidieron las resoluciones que agredían frontalmente a la cultura indígena, en nombre de una concepción de la "civilización" que convertía por autodesignio a la élite blanca en la depositaria de la única "cultura" posible.
65. Como hemos visto, esto no fue óbice para que los indígenas prosiguieran su lucha contra los invasores. Pero cuando el cambio en la correlación de fuerzas en el interior de la clase dominante dio la hegemonía a los colaboracionistas y debilitó fuertemente a los partidarios de la resistencia, estos últimos, separados de los indígenas por una barrera de desconfianza e ignorancia, fueron incapaces de apoyarse en la movilización guerrillera para modificar la correlación adversa en la que se encontraban. Sobre estas contradicciones, por último, la generalización del colaboracionismo y la ampliación de la movilización campesina anti-terrateniente a que ésta dio lugar, llevó a que la totalidad de los blancos-terratenientes cerraran filas en defensa de sus intereses clasistas amenazados. De allí que para fines de 1883 las contradicciones asumieran una nueva dimensión, que se añadió a las anteriormente existentes: la de la frontal oposición entre el campo y la ciudad; aquél controlado por los guerrilleros, este último por los colaboracionistas amparados por el ejército chileno que los protegía [45]. Dos mundos hostiles dándose mutuamente las espaldas. Fue la existencia de una insalvable barrera étnica, y su inevitable secuela de mutua desconfianza, la razón por la cual fue imposible sostener el frente entre los terratenientes patrióticos y los campesinos indígenas. En adelante, la lucha anti-terrateniente desplegada por el movimiento pondría en el primer plano las contradicciones clasistas.
66. Se quebró así la posibilidad de proseguir la alianza pluriclasista que se había erigido frente a la invasión chilena. Se produjo el pleno despliegue del movimiento campesino armado contra la propiedad terrateniente (que se prologaría hasta dos décadas después) y se liquidó la posibilidad de que las fisuras producidas por la guerra en la sociedad terrateniente de la sierra central abrieran un cauce al cuestionamiento radical del orden existente. Todo ello, como veremos, no impidió que se plantearan otros proyectos políticos, que a su manera intentaban recoger los mayores logros de la lucha armada campesina desplegada durante la guerra patriótica.
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