lunes, 5 de mayo de 2025

4. El partido de la paz

40. Miguel de Iglesias, el ex Ministro de Guerra del régimen de Piérola, abandonó su retiro de la vida pública a inicios de 1882 a pedido de Lizardo Montero, quien había sucedido a García Calderón en la presidencia de la Re pública luego de que las fuerzas chilenas deportaran a este último a Chile en noviembre de 1881 cuando comprendieron que, confiado en el apoyo norte americano, no firmaría un tratado de paz con cesión territorial. Según lo afirmó él mismo posteriormente, Iglesias asumió el comando de la región del nor te con el cargo de Jefe Político Militar de los Departamentos del Norte con la convicción de que la guerra había concluido y que había que resignarse a pagar "el precio de la derrota". Pero las circunstancias tomaron un giro imprevisto. La negligencia de Montero (que analizamos en el capítulo III del libro), llevó la situación a un punto muerto. En esas circunstancias el desencadenamiento de la resistencia en la sierra central provocó un recrudecimiento de la guerra.

41. En julio de 1882 —por la misma época en que Cáceres salía de Aya-cucho a buscar el enfrentamiento con la división invasora que ocupaba la sierra central— una fuerza chilena expedicionó por los departamentos del norte imponiendo cupos. Diversas poblaciones fueron saqueadas e incendiadas sin que se opusiera a los invasores una respuesta organizada. La única acción significativa fue el combate de San Pablo, donde fuerzas irregulares dirigidas por Lorenzo Iglesias, el hermano del caudillo cajamarquino, lograron derrotar a un destacamento enemigo. Esta acción aislada fue respondida por el comando chileno con el envío de expediciones punitivas que golpearon con mayor violencia a Cajamarca. Miguel de Iglesias disolvió sus fuerzas militares y abandonó la ciudad, replegándose al interior acompañado de una pequeña escolta. El golpe a la economía de la región, y particularmente a las haciendas, actuó como el detonante para que Iglesias defeccionara definitivamente de la guerra. El 31 de agosto de 1882, cuando las fuerzas del centro pasaban por su mejor momento, luego de la derrota de la división Del Canto en las acciones del mes anterior, cuando Cáceres controlaba nuevamente la región central y concebía el plan de asaltar Lima con el apoyo de un levantamiento popular en la capital, Iglesias lanzó una proclama conocida como el grito de Montan, por el nombre de la hacienda donde fue redactada. En este pronunciamiento el caudillo cajamarquino anunció su decisión de desconocer al régimen de Montero, segregar los departamentos del norte de su autoridad, erigir un nuevo régimen y em prender por su cuenta las negociaciones de paz en las condiciones que Chile imponía; es decir, con la cesión territorial de las provincias peruanas del sur. Su iniciativa fue rápidamente secundada por los terratenientes serranos del país. Para éstos, la pérdida de los territorios del sur no comprometía en absoluto sus condiciones de reproducción como clase social; la continuación de la guerra sí. La importancia del factor clasista no puede obviarse. Aunque en sus orígenes la iniciativa de Iglesias tuvo un carácter marcadamente regional ella logró arrastrar a los terratenientes serranos en su conjunto, pese a la profunda disgregación nacional entonces imperante y a que éstos no constituían, evidentemente, una clase nacional porque la crisis económica desencadenada por la guerra creó unas circunstancias excepcionales, que hacían confluir objetivamente sus intereses comunes, más allá de las fronteras regionales, en la demanda de terminar la guerra a cualquier precio.

42. En torno a Miguel de Iglesias se organizó el "Partido de la Paz" que, llevado por el desarrollo inexorable de los acontecimientos, muy pronto entró en connivencia con el alto mando chileno. A este grupo se afilió Luis Milón Duarte, quien, como hemos visto, venía tratando desde febrero de 1882 de llevar adelante una iniciativa semejante desde la municipalidad de Concepción. A fines del mismo año Cáceres, a quien le preocupaba vivamente que el colaboracionismo fuera a generalizarse, lo cual resquebrajaría irremediablemente el frente interno, se vio obligado a ordenar a las guerrillas que capturaran a Duarte y embargaran todos sus bienes [23]. Esto provocó la toma de sus haciendas por los guerrilleros del valle del Canipaco.

43. El caso Duarte es doblemente significativo. Este era al mismo tiempo el jefe político de la familia terrateniente más importante de la sierra central y el más destacado líder colaboracionista de la región: fue nombrado por Iglesias Jefe Superior Político Militar de los Departamentos del Centro, cargo igual al que tenía el general Cáceres, y actuó de guía del ejército chileno en la campaña iniciada en mayo de 1883, la más amplia emprendida por el alto mando enemigo, con la intención de acabar definitivamente con el Ejército del Centro. Duarte colaboró abiertamente en la imposición de las fuerzas invasoras en la región y jugó un rol decisivo en la campaña militar, lo cual fue resaltado por los oficiales chilenos en diversos documentos. La campaña culminó con la de rrota de Cáceres y la destrucción del Ejército del Centro en la batalla de Huama-chuco (10 de julio de 1883). Los colaboracionistas guiaron después a las fuer zas chilenas, en los días que siguieron a la batalla, en la búsqueda y exterminio de los sobrevivientes del Ejército del Centro. "Piquetes de caballería chile na —narra Cáceres— guiados por los adictos de Montán, recorrieron las chozas y cabañas de las aldeas y caseríos vecinos, asesinando a oficiales y soldados que habíanse cobijado en ellos" (el subrayado es nuestro) [24].

44. El caso de Luis Milón Duarte expresa la actitud de una importante fracción de los terratenientes serranos, enfrentada a muerte contra aquellos que optaron por continuar la resistencia y marcharon con Cáceres a proseguir el combate. Duarte explica sin subterfugios en sus Memorias el contenido de las divergencias que lo separaban del jefe de la resistencia, en torno a la cuestión de la paz: "El General Cáceres y yo —afirma— queríamos que se arriase la bandera enemiga; él por el camino de la lucha incierta, de la gloria; yo por el derrotero seguro de la pronta capitulación" [25].

45. La defección no provino, pues, de los campesinos. Quienes capitularon fueron los miembros de la clase dominante. Esto mismo fue explícitamente señalado por el propio general Cáceres en una carta enviada desde Andahuaylas al director de El Comercio, Antonio Miro Quesada, el 15 de octubre de 1883, apenas una semana antes de que Iglesias firmara la paz que determinó el definitivo retiro de la clase dominante de la guerra:

"(...) es preciso hacer constar que la decisión y patriotismo de los pueblos sobrepasa toda ponderación: esas pobres masas indígenas que siempre hemos mirado con desprecio por su triste condición y su ignorancia, dan hoy a las clases ilustradas ejemplos de abnegación, de valor y de patriotismo; si se encuentran partidarios de la paz a todo trance, es sólo entre la gente acomodada por el deseo de salvar su fortuna que es su única mira. Con esta buena disposición de los pueblos, con sólo parte de las armas ofrecidas se puede hacer prodigios" (el subrayado es nuestro) [26].

46. Queda un problema sustantivo por dilucidan ¿por qué razón se derrumbó el frente pluriclasista que Cáceres había organizado? En otras palabras, ¿por qué defeccionaron los terratenientes? Es necesario recordar que mientras el campesinado se pronunció en bloque por la resistencia, la clase dominante se dividió desde el inicio entre quienes estaban por continuar la guerra y aquellos que querían firmar la paz al más corto plazo. Lo que queda por explicar son las razones que provocaron que a fines de 1883 la fracción terrateniente como clase se hiciera colaboracionista, abandonando al campesinado y enfrentándolo frontalmente, mientras los campesinos estaban decididos a continuar la guerra nacional hasta el fin.

47. En esta opción debió influir ciertamente la evolución desfavorable, para los partidarios de la resistencia, de los acontecimientos; particularmente la derrota de Cáceres en Huamachuco. Sin embargo, esta explicación es insuficiente. Cabe preguntarse qué elementos impidieron la continuación de la alianza, antes existente, entre el sector patriótico de los terratenientes-blancos y los indios-campesinos. Sin duda esta alianza hubiese permitido derrotar a los partidarios de la paz, pues el campesinado se había manifestado dispuesto a continuar la guerra contra los invasores inclusive un mes después de que Iglesias firmara el Tratado de Ancón [27]. La reflexión sobre estos problemas vuelve a remitirnos al análisis de las relaciones entre los indios-campesinos y los blancos-terratenientes en la sociedad terrateniente de la sierra central a fines del siglo xix. El análisis de los conflictos clasistas existentes es insuficiente para explicar este desenlace. Es necesario abordar el problema étnico subyacente.

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