martes, 6 de mayo de 2025

5. Guerra nacional y represión étnica

48. La sierra central presenta un panorama social muy especial dentro del contexto de la región andina. Ya José María Arguedas llamó la atención sobre este fenómeno a inicios de los cincuenta, señalando cómo la ausencia de haciendas en las tierras agrícolas del valle del Mantaro impidió la generalización de las relaciones de servidumbre. No existiendo haciendas feudales fue posible una relación "más horizontal" entre indios y blancos que aquella que existía en las zonas altamente feudalizadas del sur andino [28]. Este rasgo peculiar explica en buena medida el éxito que tuvo la prédica del general Cáceres exhortando a organizar la resistencia antichilena: comunidades formadas por campesinos libres —pequeños propietarios— eran una firme base para la organización de fuerzas guerrilleras, dispuestas al combate contra una invasión que golpeaba duramente sus intereses. Por otra parte, la ausencia de relaciones de servidumbre y la inexistencia de grandes enfrentamientos entre haciendas y comunidades en el periodo anterior a la guerra explica por qué pudo formarse un frente común entre los blancos-terratenientes y los indios-campesinos. Esta alianza hubiera sido imposible si la sierra central hubiese pasado en el periodo previo a la guerra por una coyuntura de grandes enfrentamientos entre haciendas y comunidades, como sucedía en ese mismo momento en la sierra sur, como se verá en el capítulo III.

49. Sin embargo, la menor distancia clasista existente entre campesinos y terratenientes en la sierra central no produjo necesariamente un mayor contacto étnico-cultural entre indios y blancos. Paradójicamente, en las zonas más feudalizadas, donde la explotación clasista aparecía más acentuada, el gamonalismo propiciaba una mayor cercanía, culturalmente hablando, entre el mundo blanco y el indígena. Esto es evidente en el caso de la sierra sur. El gamonal es un personaje complejo, que mantiene una relación autoritaria y vertical con sus colonos, feudatarios o pongos, pero que comparte con ellos importantes elementos culturales pertenecientes a la cosmovisión andina; mantiene una relación paternalista con sus indios pero, por eso mismo, no es ajeno a su mundo ideológico [29]. Entre gamonales e indios la mayor distancia clasista se contra pesa con una mayor cercanía étnico-cultural, que en los casos extremos llega a la asimilación cultural del terrateniente, su "indianización" [30].

50. La ausencia del gamonalismo en la sierra central —producto de la inexistencia de haciendas feudalizantes en el valle del Mantaro— propició la aparición del fenómeno social de signo inverso. Si bien allí no existía el despiadado sometimiento de los indios-campesinos a la omnímoda voluntad del gamonal, tampoco se daba entre blancos e indígenas la cercanía cultural que sí existía en las zonas feudalizadas del sur en torno a la cultura andina. La clase dominante de la sierra central era ajena al mundo ideológico cultural de la población indígena; no lo comprendía y prejuiciadamente lo menospreciaba.

51. Existen evidencias que permiten comprobar la existencia de esta barrera étnico-cultural antes, durante y después de la guerra con Chile. Puede rastrearse este fenómeno analizando las relaciones entre el Concejo Provincial de Huancayo y las municipalidades del valle del Mantaro en torno al problema de las fiestas populares, un rasgo panandino de la mayor importancia. En agosto de 1880, a más de un año de la iniciación de la guerra con Chile, en la Municipalidad de Huancayo se discutió una solicitud presentada por el Alcalde del distrito de Sapallanga, que pedía licencia a nombre de la comunidad de Pucará para presentar, en honor de San Lorenzo, "el baile de los Capitanes, conforme a los usos antiguos". La Municipalidad denegó la licencia, recusando esos ritos, "por ser retrógrados y ridículos y porque además no influyen en el principal objeto de una festividad que es el de inspirar devoción" [31]Este no es un caso aislado; en la misma fecha fueron prohibidas otras festividades y corridas de toros en Sicaya, Chupaca, San Jerónimo y otras comunidades, amena zando con multas leoninas a quienes transgredieran la interdicción [32].

52. El 10 de marzo de 1881, cuando el ejército chileno, que ya ocupaba Lima, preparaba la primera expedición contra la sierra central y el gobierno de Piérola se había instalado en Jauja, el alcalde de Huancayo informó haber ordenado la detención de Pedro Osores y de Fructuoso Alanya, mayordomos de la fiesta de Aza, imponiéndoles una multa de 50 soles, "por haber infringido la prohibición absoluta de bailar y diversiones públicas". Los sancionados se habían atrevido a presentar "el baile de Negros" [33].

53. Los casos reseñados son particularmente notables por el hecho de haber se producido durante el gobierno de Nicolás de Piérola, quien al asumir el poder en diciembre de 1880 se declaró, como una de sus primeras medidas, "Protector de la Raza Indígena". La represión de las festividades tradicionales no fue, sin embargo, ejecutada únicamente durante el gobierno pierolista; los prejuicios de la clase dominante no tenían barreras ideológicas. Los concejos civilistas que se instalaron después continuaron la misma política. El 15 de diciembre de 1881, habiendo sido ya desconocido Piérola por los jefes milita res del norte, centro y sur y existiendo en la sierra central un movimiento por proclamar a Cáceres Presidente, se impuso una multa de doscientos soles y ocho días de arresto a los mayordomos de la fiesta de Huayao. En la misma fecha se denegó la licencia solicitada por el alcalde de Sapallanga, para celebrar los bailes de Navidad [34]. Como pese a la prohibición salieron a bailar, se impuso una multa de cien soles a cada pandilla [35].

54. En agosto de 1882, un mes después de la expulsión del ejército chileno de la sierra central por las fuerzas combinadas del Ejército del Centro y las guerrillas de las comunidades del valle del Mantaro, el Concejo Municipal de Huancayo impuso una multa de cincuenta soles a cada una de las cincuenta personas que salieron a bailar en la comunidad de Pucará, "vestidos de Capitanes". Ante la apelación de los sancionados se resolvió, como máxima con cesión, reducir el valor de la multa a la mitad, "en atención a la pobreza a que han quedado reducidos aquellos habitantes, con motivo de la invasión chilena" [36]. A fines de 1882 hubo una fugaz flexibilización en el Concejo, autorizándose las festividades programadas en Viques y en Colca, "previo pago de los derechos respectivos" [37]. Pero esta actitud tolerante no se mantuvo. A inicios de 1883 se volvió a decretar multas y condenas de prisión contra los mayordomos y danzantes de varias de las fiestas tradicionales de las principales comunidades de la región [38].

55. ¿Por qué esta sañuda persecución contra las festividades indígenas tradicionales? Podría pensarse que era producto de una actitud puritana de los miembros de la Municipalidad de Huancayo, que hubieran decidido erradicar de la región toda manifestación festiva, pero esta interpretación es desmentida por los hechos: la municipalidad no puso reparo a conceder gratis licencia a "los jóvenes de la sociedad huancaína" que pidieron autorización para realizar un baile de máscaras —presumiblemente por carnavales—, exhortándolos a "conservar el orden y la moralidad en los días de diversión" [39]La represión estaba dirigida pues no contra toda la población de la provincia sino exclusivamente contra los indígenas.

56. La razón de esta actitud intolerante fue meridianamente expresada en el transcurso de un debate realizado en la Municipalidad de Huancayo el 4 de noviembre de 1886, cuando el Inspector de Espectáculos solicitó que se definiera una actitud única frente a las constantes solicitudes de licencias que las comunidades campesinas seguían presentando para la celebración de sus festividades. El Concejo argumentó, para fundamentar su actitud hostil frente a es tas últimas, que "era indispensable abolir costumbres que no están a la altura de la civilización, y que dan una triste idea de la cultura y adelanto de esta provincia" [40].

57. Si bien en la cuestión de fondo hubo unanimidad, algunos de los concejales discrepaban, sin embargo, respecto a la forma como se estaba manejando la situación. "Varios señores —consignan las actas municipales— opinaron que no era posible quitar de hecho costumbres arraigadas en los pueblos, y que más bien sería conveniente imponerles una fuerte licencia para ver si desisten de tales costumbres, y que si no se conseguía esto, por lo menos se hacía in gresar algunos fondos en la Caja Municipal" [41]. La tarifa que se aprobó era exorbitante: cinco soles plata de licencia por bailarín, vigente para toda la provincia. Como la cotización del billete fiscal estaba a la fecha a 20 soles billete por sol de plata y el Concejo realizaba sus cobros en base a la cotización del mercado, el cobro de la licencia en billetes (que era el dinero que efectivamente circulaba), ascendía a la astronómica suma de 100 soles billete por bailarín [42].

58. La decisión adoptada por la municipalidad generó entre los indígenas una reacción de una magnitud inesperada. El 2 de junio de 1887 el Concejo tuvo que retroceder, luego de que el Inspector de Espectáculos Públicos informara "que sabía de una manera privada la alarma producida en los indios por negárse les la licencia, al extremo de que se propalaba entre ellos la voz de sublevación" [43]. Esta rectificación no cambió, sin embargo, la actitud de fondo. En los años siguientes se continuó reprimiendo con similar encono las festividades indígenas tradicionales, lo cual no logró, sin embargo, liquidarlas. Aun hoy continúan celebrándose en el Valle del Mantaro las más importantes fiestas tradicionales que estaban vigentes hace un siglo.

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